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Diario de viaje. 10 días en coche por Francia hasta París y Disneyland

¿De Madrid a París en coche? Sí, eso hicimos nosotros. Puede que no sea la forma más rápida de llegar a la capital francesa, pero sí una de las más enriquecedoras. Porque más allá del destino, está el camino. Y cruzar Francia desde Hendaya hasta París es, en sí mismo, una experiencia que merece ser vivida con calma.

Ya habíamos estado en París hace años, puedes leer nuestro diario de 2011, así que esta vez decidimos dedicar solo un día a redescubrir sus rincones más emblemáticos y, sobre todo, a compartir con nuestros hijos ese primer encuentro con una de las ciudades más bellas del mundo. El resto de la estancia en la capital francesa lo reservamos para lo que más ilusión les hacía: Disneyland París, ese universo donde la fantasía cobra vida.

Pero antes y después de ese mundo de sueños, quisimos saborear el país real: Burdeos, con su elegancia urbana y su sabor a vino; Tours, corazón del Valle del Loira y punto de partida hacia castillos de cuento; y el propio trayecto, salpicado de sorpresas, paisajes y paradas inesperadas.

Aquí te contamos cómo fue nuestro viaje del verano de 2025: diez días, más de 2.700 kilómetros y una maleta cargada de recuerdos.

La preparación del viaje. Comienzo con una avería

Este viaje lo hicimos en coche. También valoramos la opción de volar hasta París, pero el precio se disparaba y, lo más importante, nos habríamos perdido las joyas que se esconden entre España y la capital francesa. Y como bien sabéis, ¡nos encantan los road trips! Para nosotros, el viaje no empieza en el destino, sino con el primer kilómetro.

Sin embargo, a veces las aventuras comienzan con un contratiempo. Tres semanas antes, volviendo de una escapada a Peñíscola, el coche se averió. Y no fue una tontería: una avería seria en el motor. El diagnóstico del taller fue claro y poco alentador: la reparación iba para largo. Con la cuenta atrás ya en marcha, tuvimos que buscar una alternativa.

Optamos por alquilar un coche y lo hicimos con DiscoverCars, una plataforma con la que ya habíamos tenido buenas experiencias. El proceso fue rápido y sencillo. Elegimos un vehículo amplio, cómodo y automático, ideal para las largas distancias que nos esperaban. Un acierto total.

Consejo cuando alquiles un coche

Si vas a hacer un viaje largo en coche de alquiler, asegúrate de revisar bien las condiciones del seguro, el límite de kilómetros (si lo hay) y si el vehículo incluye asistencia en carretera internacional. En nuestro caso, todo estaba cubierto, lo que nos dio mucha tranquilidad.

La etiqueta ambiental Crit’Air: imprescindible para circular por Francia

Si vas a viajar a Francia en coche, hay un detalle que no puedes pasar por alto: la etiqueta ambiental Crit’Air. Este distintivo clasifica los vehículos según su nivel de emisiones contaminantes y es obligatorio para circular por muchas ciudades francesas, especialmente durante episodios de alta contaminación. No llevarla puede acarrear multas de hasta 135 €, así que conviene no olvidarlo.

La solicitud se realiza exclusivamente online, a través de la web oficial: certificat-air.gouv.fr. El coste es simbólico, unos 4 euros, y te envían la pegatina física por correo. Mientras tanto, puedes descargar un certificado provisional en PDF, perfectamente válido si te paran. Lo importante no es tanto llevar la pegatina como que la matrícula del coche esté registrada en el sistema ya que el control se realiza mediante cámaras.

Si viajas con tu coche propio, lo ideal es solicitarla con al menos tres semanas de antelación. Pero si, como nosotros, vas en coche de alquiler… toca esperar a tener el vehículo en tus manos, ya que necesitarás una copia del permiso de circulación para hacer la solicitud.

Nosotros la pedimos nada más recoger el coche y tuvimos suerte: en apenas tres horas recibimos el justificante provisional por correo electrónico. Un alivio, porque algunas zonas de París y otras ciudades tienen restricciones muy estrictas.

Planificación del itinerario y hoteles

Entre Madrid y París hay más de 1.200 kilómetros, así que diseñamos el viaje con paradas intermedias, tanto para descansar como para disfrutar de otras ciudades. La ruta no solo debía ser cómoda, sino también rica en experiencias. Elegimos hoteles con buena ubicación y parking, algo muy importante en Francia, donde aparcar puede convertirse en una odisea, y este fue nuestro recorrido previsto:

  • Burdeos: Novotel Bordeaux Lac
  • París (Créteil): Novotel Créteil Lac
  • Disneyland Paris: Newport Bay Club (¡dentro del resort!)
  • Tours: Ibis Tours Sud
  • Vitoria: Sercotel Boulevard Vitoria

Cada parada tenía su razón de ser: Burdeos por su elegancia y patrimonio, París por su magnetismo eterno, Disneyland por la magia compartida, Tours por los castillos del Loira, y Vitoria como descanso final antes de regresar a casa.

Con todo listo, por fin arrancábamos. Las maletas llenas, los mapas preparados, la playlist familiar a todo volumen y el contador de kilómetros a cero.

Que empiece la aventura.

Día 1. De Madrid a Burdeos. bichos, baches y bienvenida francesa

El primer día del viaje era, sin duda, el más largo. Por eso madrugamos: queríamos llegar a Burdeos con tiempo suficiente para disfrutar del lugar sin prisas. Teníamos por delante más de 700 kilómetros, pero también muchas ganas. Las fuerzas estaban intactas, aunque pronto comprobaríamos que los días pasarían factura a las piernas, no a la ilusión.

Mientras arrancábamos el coche, sentimos esa mezcla de emoción y vértigo que solo se tiene al comenzar algo grande. Sabíamos que nos esperaban kilómetros, pero también momentos que recordaríamos siempre.

Durante el trayecto, nos llamó la atención la diferencia entre las carreteras españolas y las francesas. En España, algunos tramos del carril derecho parecen diseñados para poner a prueba las suspensiones. En Francia, en cambio, muchas autopistas tienen tres carriles y un firme impecable, casi sin un solo bache. Eso sí, no son gratuitas: las autoroutes francesas son de peaje, y bastante caros. Solo en Francia, de Madrid a Burdeos, pagamos más de 20 €, pero a cambio se conduce de maravilla.

Sobre las 16:30 h llegamos al hotel Novotel Bordeaux Lac, situado en una zona tranquila al norte de la ciudad, junto a un lago y cerca del recinto ferial. El hotel tenía parking gratuito, un punto muy a favor en Francia. Todo pintaba bien… hasta que abrimos la puerta de nuestra habitación.

Allí nos esperaban dos arañas enormes, que no figuraban en la reserva. La habitación estaba en la planta baja, junto a unos arbustos, y con la ventana abierta se colaban todo tipo de bichos. Avisamos en recepción y, por suerte, nos cambiaron sin problema a una planta superior mucho más tranquila y limpia. Menudo susto de bienvenida.

La aparición de las arañas fue tan inesperada como cómica. Los niños chillaron, nosotros reímos nerviosos… y en ese instante, el viaje ya tenía su primera anécdota para contar.

Con eso resuelto, dedicamos el resto de la tarde a relajarnos. Nos dimos un baño en la piscina del hotel, que estaba bastante bien, y luego fuimos a un supermercado cercano a comprar algo de cena para llevar a la habitación. Lo tomamos como una cena de picnic urbano, con la emoción puesta en el día siguiente, cuando descubriríamos una de las ciudades más bonitas de Francia: Burdeos.

¿Y ese lago?

El lago junto al hotel, el Lac de Bordeaux, es un espacio artificial creado en los años 60 como parte de la expansión urbanística del norte de la ciudad. Hoy es una zona de ocio con senderos, zonas verdes y actividades náuticas, ideal para pasear o desconectar tras un día de carretera.

Día 2. Burdeos: plazas majestuosas, puertas medievales y un espejo que no refleja tanto

Después de un buen desayuno en el hotel, pusimos rumbo al centro de Burdeos, dispuestos a descubrir por qué es considerada una de las ciudades más bellas de Francia.

Empezamos nuestro recorrido en la Place des Quinconces, una de las plazas más grandes de Europa, donde se alza el imponente Monument aux Girondins. Este homenaje a los diputados girondinos, una facción moderada de la Revolución Francesa que acabó guillotinada por los jacobinos, impone tanto por su historia como por su estética. Entre fuentes, estatuas de bronce y caballos al galope, no paramos de hacernos fotos.

Desde allí caminamos hasta la cercana Place de la Comédie, donde se encuentra el Gran Teatro de Burdeos, un edificio neoclásico de 1780 que sirvió de inspiración para la Ópera de París y cuya fachada porticada nos transporta al siglo XVIII. A pocos pasos comienza la Cours de l’Intendance, una elegante avenida que desemboca en la Place Gambetta, perfecta para pasear entre escaparates y arquitectura burguesa.

Antes de llegar allí hicimos un pequeño desvío hacia la Iglesia de Notre-Dame, de estilo barroco, con su fachada blanquecina y armoniosa. Justo al lado debía encontrarse la estatua de Goya, que vivió sus últimos años en Burdeos… pero no tuvimos suerte, estaba retirada por restauración. Un clásico de los viajes.

Desde la Place Gambetta cruzamos la Porte Dijeaux, una antigua puerta de entrada a la ciudad en tiempos romanos, y seguimos hasta la Catedral de Saint-André, uno de los templos más impresionantes del sur de Francia y que fue el lugar donde se casó Leonor de Aquitania con el futuro rey Luis VII de Francia en 1137, uniendo dos de los territorios más poderosos de la época medieval.

Esta catedral gótica, construida a partir de una iglesia románica del siglo XI, nos dejó fascinados. A su lado se alza la Torre Pey-Berland, un campanario independiente del siglo XV desde el que se tienen vistas espectaculares de Burdeos. No subimos porque estaban a punto de cerrar, pero tomamos nota para una próxima visita.

Seguimos nuestro paseo por la calle Victor Hugo, muy animada, hasta llegar a uno de los símbolos de la ciudad: la Grosse Cloche, una puerta medieval coronada por una campana de 7.800 kilos. En su día marcaba el ritmo de la ciudad; hoy marca el inicio del animado barrio de Saint-Éloi, lleno de tiendas y restaurantes.

Más adelante nos esperaba la Porte Cailhau, otra de las antiguas entradas de la ciudad, construida en 1495 para conmemorar la victoria del rey Carlos VIII en la batalla de Fornovo. Parece sacada de un cuento, con sus torres puntiagudas y su paso estrecho.

Desde allí paseamos junto al río Garona, disfrutando de la brisa y el ambiente hasta llegar a la Place de la Bourse, joya del siglo XVIII que representa la elegancia clásica de Burdeos. Frente a ella se encuentra el célebre Miroir d’Eau (Espejo de Agua), el más grande del mundo, que refleja los edificios de la plaza… o al menos debería. Lo cierto es que siemrpe se parece a las fotos promocionales: si hay viento, gente o sol directo, el efecto espejo desaparece.

Un icono de Burdeos

El Miroir d’Eau, inaugurado en 2006, fue diseñado por el arquitecto paisajista Michel Corajoud. Su sistema alterna agua y vapor cada 15 minutos, creando un efecto mágico que ha convertido este lugar en uno de los más fotografiados de Francia.

Para despedir el día, volvimos a la Place des Quinconces, donde subimos a la gran noria panorámica instalada en verano. Aunque cara para las tres vueltas que da, las vistas desde arriba bien valen el precio: tejados interminables, torres de iglesias y el Garona serpenteando hacia el Atlántico.

Después de descansar un rato en el hotel, regresamos al centro para cenar. Terminamos la jornada cruzando a la otra orilla del río, desde donde se tienen unas vistas espectaculares del casco antiguo al atardecer. Así se cerraba nuestra etapa en Burdeos, una ciudad que combina con naturalidad lo histórico y lo moderno… y que ofrece mucho más que vino.

Día 3. Camino a París con parada real: el Castillo de Chambord

Tocaba cambiar de región. Dejábamos atrás Burdeos y poníamos rumbo a París… pero no sin antes hacer una parada especial. Desde nuestro hotel hasta el siguiente, en Créteil —una ciudad vecina a París donde nos alojaríamos— había 577 kilómetros. Un trayecto largo, sí, pero habíamos planeado un alto en el camino que sabíamos que lo haría mucho más memorable: el Castillo de Chambord.

Aunque nuestra idea inicial era dedicar los últimos días del viaje a recorrer algunos castillos del Loira con más calma, no podíamos dejar pasar la oportunidad de ver uno de los más impresionantes justo cuando pasábamos cerca. Además, sabíamos que en los últimos días estaríamos más cansados y quizás no podríamos abarcar tanto.

Al ver Chambord desde la distancia, sentimos que estábamos ante algo más que arquitectura: era como si el paisaje nos susurrara historias de reyes, cazadores y genios del Renacimiento.

El Château de Chambord es, sin duda, el más espectacular del Valle del Loira y probablemente también el más fotografiado. Declarado Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO, fue mandado construir en el siglo XVI por el rey Francisco I como pabellón de caza. Aunque su propósito era funcional, su diseño parece más pensado para deslumbrar que para cazar.

Los números del Castillo de Chambord

El Castillo de Chambord cuenta con 440 habitaciones, 365 chimeneas y 84 escaleras, lo que lo convierte en uno de los castillos más grandes de Europa. Su arquitectura mezcla elementos medievales con influencias renacentistas italianas, reflejo del gusto de Francisco I por el arte de Italia.

Se dice que Leonardo da Vinci, que vivió sus últimos años en Francia, participó en el diseño de su famosa escalera de doble hélice: dos personas pueden subir y bajar por ella al mismo tiempo sin cruzarse. Aunque no llegamos a entrar al interior, solo pasear a su alrededor ya nos pareció fascinante.

Por cierto: sí, se puede visitar gratis por fuera. El aparcamiento es de pago, pero el acceso al parque que rodea el castillo es libre, y desde allí puedes admirar sus cúpulas, torres y tejados plagados de chimeneas. Parece más un palacio de cuento que una residencia real, y verlo alzarse en mitad del paisaje boscoso es realmente impresionante.

Eso sí, como ya nos pasó con el Espejo de Agua de Burdeos, el reflejo en el agua del foso no siempre es como el de las postales. Las condiciones de luz, el ángulo y la vegetación suelen hacer que el resultado sea algo más… realista. Pero la estampa sigue siendo inolvidable.

Después de ese paseo, retomamos el coche para afrontar el último tramo del día. Nuestro hotel en Créteil, el Novotel Créteil Lac, está junto a un gran centro comercial y rodeado de zonas verdes. Ideal para alojarse si vas a París en coche: está bien comunicado, tiene parking gratuito y queda lejos del bullicio del centro… algo que, tras una jornada larga al volante, se agradece.

Cenamos en el centro comercial y nos fuimos pronto a dormir. Al día siguiente nos esperaba una de las etapas más intensas y emocionantes del viaje: caminar por París.

Día 4. Paseo por París en familia. De Notre Dame a la Torre Eiffel

Y por fin llegó el día en el que íbamos a caminar por París. Sería una visita relámpago, sí, pero cuidadosamente planificada para recorrer algunos de sus lugares más emblemáticos: comenzando por la remodelada Notre-Dame y terminando bajo el atardecer de la Torre Eiffel.

Nos acercamos en coche hasta un parking cercano a Notre-Dame, nuestro primer destino. Lo habíamos reservado previamente por internet, y su coste fue similar al de cuatro billetes de transporte público ida y vuelta… pero con la ventaja de ir a nuestro ritmo.

Al llegar a la catedral, una larga cola se enroscaba en espiral sobre la plaza Juan Pablo II, frente a la majestuosa fachada. Aun así, la fila avanzaba con agilidad y, en apenas veinte minutos, ya estábamos cruzando sus puertas.

Entramos conteniendo la respiración. Aquel incendio de hacía unos años había podido arrasar con todo. Catorce años después de nuestra última visita, volvíamos a encontrarnos dentro de una de las catedrales más importantes del mundo. Ahora más luminosa, más limpia, envuelta todavía en los ecos de las obras de restauración que no han terminado… pero viva, imponente.

Al salir, pasamos frente a la Sainte-Chapelle, que ya habíamos visitado en aquel primer viaje, y recordamos a nuestros hijos que sus vidrieras siguen siendo, para nosotros, las más impresionantes que hemos visto jamás. No entramos, no había tiempo. Seguimos el paseo por el Mercado de las Flores, la Conciergerie, y cruzamos el Sena por el Pont Neuf, dejando atrás la Île de la Cité rumbo al Museo del Louvre.

Era lunes, y el Louvre estaba cerrado. Pero su esplendor no depende de horarios. Admirar sus fachadas y la famosa pirámide de cristal es gratis y siempre posible. La grandeza del conjunto no decepciona.

La hora de comer nos sorprendió por la zona, y lo hicimos en un restaurante cercano. No especialmente memorable y, como casi todo en París, bastante caro.

Después de comer, paseamos por los Jardines de las Tullerías, donde nos encontramos con el pebetero olímpico, reinstalado allí en junio, justo en el mismo lugar que ocupó durante los Juegos Olímpicos de París 2024. Muy cerca se alza la Gran Noria, a la que no pudimos resistirnos. Las vistas desde arriba son espectaculares: desde el Louvre hasta la Torre Eiffel, desde la Torre Montparnasse hasta la basílica del Sacre Cœur, todo París desplegado bajo nuestros pies como un tablero de historia, arte y tejados grises.

Aún faltaban casi dos horas para nuestra entrada a la Torre Eiffel, programada para las 17:30h, así que aprovechamos para hacer el trayecto a pie. Desde la Place de la Concorde avanzamos por los Campos Elíseos, admirando el Petit Palais y el Grand Palais, hasta cruzar el Puente Alejandro III, uno de los más elegantes de Europa. Desde allí, nos desviamos hacia el Hôtel des Invalides, aunque ya con paso más lento: las fuerzas comenzaban a flaquear.

Llegamos al Campo de Marte con tiempo, y encontramos un banco donde descansar. Mientras esperábamos, hicimos fotos desde todos los ángulos posibles. A las 17:15h pasamos el control de seguridad y nos colocamos en la fila para subir al segundo piso de la Torre Eiffel, el monumento más visitado del mundo.

Y tan visitado es que conseguir entradas online puede convertirse en una odisea. Las entradas salen a la venta justo dos meses antes, a medianoche. En ese momento, miles de personas en todo el mundo están intentando hacer lo mismo. La web se bloquea, se ralentiza, y si tienes suerte, puedes conseguir plaza… si no te lo piensas demasiado.

Aquella noche, a las 00:07h, ya solo quedaban unas pocas horas disponibles. En los 15 segundos que tardamos en decidirnos, nuestra hora preferida desapareció. Volvimos a cargar y, sin pensarlo, clicamos en la primera opción disponible: 17:30h. Solo quedaban plazas hasta el segundo piso, pero no nos importó. En realidad, las vistas desde allí son incluso mejores que desde la cima.

Resulta curioso pensar que todos los que hacíamos cola en ese momento habíamos estado despiertos a la misma hora, dos meses antes, intentando lo mismo. Una coreografía invisible de turistas con insomnio y pasión por París.

La subida en ascensor fue rápida. Desde lo alto, hicimos fotos en todas direcciones, jugando a identificar monumentos a lo lejos. La bajada, por las 600 escaleras, fue incluso divertida. Mucho más llevadera que el esfuerzo de los que subían jadeando. Llegamos al suelo con otra cara.

¿De verdad son mejores las vistas desde el segundo que desde el tercer piso?

La Torre Eiffel fue construida para la Exposición Universal de 1889 y, aunque inicialmente fue muy criticada, hoy es el símbolo indiscutible de París. Su segundo piso, a 115 metros de altura, ofrece una de las mejores vistas de la ciudad, ya que desde la cima (276 m) la perspectiva puede resultar demasiado lejana para apreciar los detalles.

Cuando subimos a la Torre Eiffel, vimos en los ojos de mis hijos el mismo asombro que sentimos la primera vez. Fue como compartir un recuerdo que se estaba creando en tiempo real.

Cansados pero felices, tomamos un Bolt hasta la zona del aparcamiento. Cenamos algo rápido y regresamos al hotel con la satisfacción de haber vivido un día completo, intenso y emocionante en el corazón de París.

Al día siguiente nos esperaban… los mundos de fantasía.

Días 5, 6 y 7. Disneyland Paris. magia, organización y pies cansados

Los tres días que pasamos en Disneyland París los hemos agrupado en un único capítulo porque pronto publicaremos un artículo exclusivo con todos los detalles, consejos y recomendaciones. Estad atentos, porque lo compartiremos en breve.

Como adelanto, os contamos que el primer día llegamos a nuestro hotel, el Disney Newport Bay Club, sobre las 10h de la mañana. Tras dejar las maletas, salimos casi corriendo hacia el parque para empezar a empaparnos de su magia. Una magia que no entiende de edades y que consigue emocionar por igual a pequeños y mayores.

El segundo día lo dedicamos en su primera parte a conocer el parque Walt Disney Studios, el más reciente de los dos que forman Disneyland París (porque, si no lo sabías, el complejo está dividido en dos parques temáticos independientes). Por la tarde cruzamos de nuevo al Parc Disneyland, el más clásico, donde las atracciones, los desfiles y los detalles temáticos nos hicieron sentir dentro de una película.

En el tercer día, apuramos hasta las 16:30h, hora a la que partimos rumbo a Tours, nuestro siguiente destino en la ruta de regreso a España. Nos esperaba un trayecto de unas tres horas y, al día siguiente, un nuevo tipo de magia: la de los castillos del Loira, repletos de historia y leyenda.

Día 8. Castillos sobre el Loira. Chenonceau, Amboise y Tours

Nos despertamos en nuestro último día completo en Francia aún con el recuerdo fresco de la magia vivida en Disneyland. Pero sin darnos cuenta ya estábamos a 250 kilómetros de París y camino de vuelta a casa. Aun así, el viaje nos tenía reservada una jornada cargada de belleza y sorpresas, esta vez con una magia distinta: la de los castillos del Loira.

Tras desayunar, pusimos rumbo a Chenonceau, uno de los castillos más emblemáticos de la región. Situado sobre el río Cher, su silueta suspendida sobre el agua lo convierte en una imagen única del Renacimiento francés. A diferencia del de Chambord, aquí sí decidimos entrar y descubrir sus estancias, cargadas de historia y elegancia. Entre sus muros se entrelazan las vidas de mujeres poderosas como Diana de Poitiers y Catalina de Médici, protagonistas absolutas de su pasado.

El Castillo de las Damas

El Castillo de Chenonceau es conocido como el “Castillo de las Damas” por haber sido gestionado, ampliado y decorado por mujeres a lo largo de su historia. Durante la Primera Guerra Mundial, su galería sobre el río fue utilizada como hospital militar.

El recorrido comienza tras un agradable paseo entre árboles. Una vez dentro, se puede recorrer la famosa galería sobre el río, así como las cocinas, varias salas decoradas con tapices y mobiliario original, y las habitaciones privadas de sus antiguas moradoras.

Mucha gente no lo sabe, pero existe también una forma gratuita de ver el castillo desde fuera. Basta con cruzar al otro lado del río y caminar unos 700 metros por un sendero que te lleva hasta un punto con una vista panorámica perfecta del edificio. De hecho, muchas de las fotos más famosas de Chenonceau están tomadas desde allí. Y si accedes al castillo, puedes salir precisamente por ese extremo, cruzando su famosa galería sobre el agua. Solo recuerda que antes de salir te deben poner un sello si quieres volver a entrar.

Tras la visita, nos dirigimos en coche a Amboise, otra localidad con encanto situada a orillas del Loira. Aparcamos en un parking gratuito cercano al centro histórico y comimos en uno de los muchos restaurantes de la animada Place Michel Debré, junto a la entrada del castillo.

En el Castillo de Amboise se encuentra la Chapelle Saint-Hubert, donde se halla (supuestamente) la tumba de Leonardo da Vinci. El genio del Renacimiento pasó sus últimos años en esta ciudad, invitado por el rey Francisco I, y vivió en el cercano Castillo de Clos-Lucé, que también se puede visitar, aunque nosotros lo dejamos para otra ocasión.

Antes de regresar a Tours, cruzamos el Pont du Maréchal Leclerc hasta la otra orilla del Loira para obtener una vista general del castillo y de la ciudad.

Ya de vuelta en Tours, aparcamos junto a la Rue Nationale y fuimos caminando hasta la imponente Catedral de Saint-Gatien, cuya fachada flanqueada por dos torres góticas impresiona incluso antes de entrar. Pero lo más sobrecogedor está en su interior: las vidrieras medievales, de las más destacadas de Francia, que bañan de color la nave central. Allí descansan también los reyes Carlos VIII y Ana de Bretaña.

Desde allí, nos adentramos en el barrio medieval de Vieux Tours, lleno de calles adoquinadas, casas de entramado de madera y ambiente relajado. La Place Plumereau, con sus terrazas y fachadas coloridas, es el corazón de esta zona. Allí cenamos, ya saboreando los últimos momentos del día.

Antes de volver al hotel, nos acercamos a la Basílica de Saint-Martin de Tours, de estilo neobizantino, construida entre los siglos XIX y XX sobre los restos de la antigua basílica medieval. En su cripta se conserva la tumba de San Martín, patrón de la ciudad. Muy cerca, se alza la Torre de Carlomagno, uno de los pocos vestigios que sobreviven del complejo original.

Así acababa nuestra jornada entre castillos, reyes y santos. Tours también tenía una pequeña noria en funcionamiento este verano, pero esta vez decidimos no subir. Había sido un día lleno de historia, naturaleza y belleza, y la cama nos esperaba.

Día 9. Regreso a España y parada en Vitoria

Desde Tours hasta Madrid hay más de 1.000 kilómetros, así que decidimos hacer una parada a mitad de camino, esta vez ya en España, en la ciudad de Vitoria-Gasteiz. El trayecto hasta allí era aún de 675 kilómetros, y aunque la ilusión del viaje de ida ya no estaba tan fresca, los recuerdos vividos seguían intactos.

Llegamos al hotel en Vitoria sobre las 16h, aliviados de volver a escuchar nuestro idioma sin necesidad de cambiar al inglés o al francés. Ya estábamos muy cerca de casa. Tras descansar unas horas, salimos a cenar unos pintxos en el centro de la ciudad, acompañados de un tranquilo paseo.

Aunque ya conocíamos Vitoria de viajes anteriores, siempre es un placer caminar por sus calles, junto a sus catedrales, la emblemática Plaza de la Virgen Blanca o las callejuelas medievales del casco histórico. En esta ocasión, al ser domingo, la ciudad estaba más tranquila y muchos bares estaban cerrados, lo que le daba un aire distinto, más sereno.

Al volver a escuchar español en las calles, tuvimos una mezcla de alivio y nostalgia. Estábamos cerca de casa, pero aún queríamos retener un poco más ese espíritu viajero.

Vitoria-Gasteiz, capital del País Vasco, es reconocida por su calidad de vida y sus espacios verdes. En 2012 fue galardonada como Capital Verde Europea, un reconocimiento a su compromiso con la sostenibilidad. Su casco medieval es uno de los mejor conservados del norte de España, y pasear por él es viajar atrás en el tiempo, entre edificios históricos y plazas acogedoras.

Día 10. La llegada a casa

Parecía que nunca iba a llegar, pero por fin solo quedaban los últimos 360 kilómetros de nuestro viaje. Curiosamente, fueron los más largos de todos. Tal vez por el cansancio acumulado, tal vez por las ganas inmensas de volver a casa.

Finalmente, tras recorrer la última etapa, llegamos a nuestro hogar. Deseosos de dormir en nuestras camas, sí, pero también con la cabeza llena de imágenes, momentos y emociones. Habíamos cruzado Francia de sur a norte, visitado ciudades majestuosas, castillos de cuento, parques de ensueño y rincones inesperados.

Este viaje por Francia, que nos permitió descubrir BurdeosTours, los castillos más emblemáticos del LoiraParís y Disneyland, estamos seguros de que quedará grabado para siempre en nuestra memoria.

Y, por si acaso, aquí ha quedado resumido. Viajar en familia no es solo cambiar de paisaje, es compartir descubrimientos, superar imprevistos juntos y crear recuerdos que se contarán durante años. Este viaje fue eso: una suma de kilómetros y emociones. Al llegar a casa, nos invadió una gratitud profunda. No solo por haber viajado, sino por haberlo hecho juntos, creando recuerdos que ya forman parte de nuestra historia familiar.

Esperamos que os haya gustado.

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