¿Quieres revivir con nosotros uno de los paseos que hemos dado por el Barrio de Triana en nuestros viajes a Sevilla? Al cruzar el Guadalquivir entramos en un barrio con carácter propio. Los trianeros suelen decir que son de Triana antes que de Sevilla, y basta dar unos pasos para entender por qué. Calles estrechas, fachadas encaladas, bares con tapas sencillas y talleres de cerámica que mantienen una tradición centenaria marcan el ritmo del barrio.
Durante siglos fue tierra de alfareros, marineros y pescadores. Aquí se fabricaban los azulejos que decoran iglesias y palacios sevillanos, y también partían naves hacia el Nuevo Mundo. En sus tabernas se forjó parte del flamenco y en sus plazas se hicieron famosos toreros como Juan Belmonte.
Triana es el más clásico de todos los barrios de Sevilla. Es un barrio que conserva leyendas ligadas a la Inquisición, templos cargados de devoción y un ambiente que mezcla historia y vida cotidiana. Pasearlo es entrar en la Sevilla más auténtica, aquella que todavía se reconoce en sus calles y en su gente.
Un paseo con lo mejor que ver en Triana
Para disfrutar del Barrio de Triana simplemente tienes que caminar y perderte por sus encantadoras calles. Pero si quieres vivirlo todavía más, te recomendamos estas actividades:
El Puente de Triana y la Plaza del Altozano
Cruzamos el Puente de Triana, conocido oficialmente como Puente de Isabel II, y rápidamente nos dimos cuenta de que habíamos entrado en un barrio distinto. La estructura de hierro, construida a mediados del siglo XIX, aún conserva la elegancia de su época y es imposible no fijarse en los detalles de sus barandillas y cerámicas.
Al llegar a la Plaza del Altozano estaba llena de gente con vecinos que charlaban, turistas que hacían fotos y niños que jugaban. Nos acercamos al monumento de Juan Belmonte y recordamos su importancia en la historia del toreo trianero. Desde allí también vimos la Capillita del Carmen, pequeña joya del siglo XIX pero llena de azulejos que reflejan escenas de la vida del barrio y su relación con el Guadalquivir.

El Altozano es un buen lugar para detenerse unos minutos y observar cómo Triana se abre al visitante. Hacia un lado se extiende la calle San Jacinto, siempre animada y comercial; hacia otro, el mercado y el recuerdo del antiguo Castillo de San Jorge. El bullicio, las fachadas y el río a la espalda hacen que este rincón sea uno de los más representativos del barrio.
El Mercado de Triana y el Castillo de San Jorge
Continuamos nuestro recorrido hacia el Mercado de Triana, justo al lado de la plaza. Mientras caminábamos entre los puestos, nos contaron que bajo el mercado se conservan restos del Castillo de San Jorge, sede de la Inquisición en Sevilla. Bajamos a la parte subterránea para recorrerlo y conocer cómo funcionaban los juicios y cuáles eran los destinos de los acusados. El contraste con la luz y el bullicio de la superficie nos pareció impactante.
Al salir del sótano, nos acercamos al Callejón de la Inquisición, un estrecho pasadizo que todavía conserva su aire misterioso. Fue fácil imaginar a los acusados caminando por allí hacía siglos. Luego volvimos a la parte visible del mercado, probamos un poco de pescado fresco y nos mezclamos con los vecinos. Fue un buen recordatorio de que Triana no vive solo de su historia; la mantiene viva cada día, entre puestos, tapas y charlas en la barra.

El mercado actual es también un punto de encuentro para los vecinos. Se puede comprar pescado recién llegado del puerto, probar chacinas de la Sierra de Huelva o sentarse en una barra para degustar una tapa de espinacas con garbanzos. Es un buen ejemplo de cómo Triana ha sabido integrar su historia con la vida de cada día, sin perder identidad.
La Calle San Jacinto, el corazón comercial de Triana
Al salir de la Plaza del Altozano decidimos adentrarnos por la calle San Jacinto, que se abre amplia y peatonal, siempre llena de movimiento. Nada más poner un pie en ella notamos la diferencia con el centro histórico ya que aquí no hay tanto turista, sino vecinos que van y vienen con bolsas de la compra, niños jugando y terrazas repletas de vida.
Avanzamos despacio, mirando escaparates de tiendas tradicionales mezcladas con locales más modernos. Nos paramos frente a la Iglesia de San Jacinto, con su portada barroca que asoma casi sin querer entre los edificios. La iglesia fue construida en el siglo XVIII y todavía conserva un aire sereno en contraste con el bullicio de la calle.

Antes de continuar, hacemos una breve parada en una terraza. Pedimos unas tapas, croquetas y adobo, por supuesto, y nos mezclamos con el ambiente cotidiano de Triana. ç
La Calle Pureza, la de más encanto
Desde San Jacinto nos dirigimos hacia la calle Pureza, un paseo que nos atrajo de inmediato por su ambiente auténtico. A ambos lados, las fachadas blancas y los azulejos contaban historias de siglos de vida trianera. Mientras caminábamos, nos detuvimos a mirar pequeños talleres de cerámica, recordando que Triana fue cuna de artesanos cuyas piezas decoran edificios por toda España.
Pronto apareció la Capilla de los Marineros, sede de la Hermandad de la Esperanza de Triana. Entramos y nos sorprendió la intensidad de su decoración barroca en sus tres naves no demasiado grandes, pero llenas de detalles que atraen la mirada hacia cada rincón. Se nota la devoción que se respira allí y basta con mirar los exvotos, los pasos y las imágenes cuidadosamente custodiadas.

Nos contaron que la procesión de la Esperanza, en la madrugada del Viernes Santo, es uno de los momentos más esperados del año. Podemos imaginar cómo el barrio se llena de gente, saetas y velas, y comprender por qué Triana mantiene viva su identidad religiosa sin perder la cercanía con la vida cotidiana de sus vecinos.
Mientras seguimos caminando por la calle Pureza, nos fijamos en las casas con balcones repletos de flores y en los carteles que recuerdan fiestas antiguas. Cada detalle reforzaba la sensación de estar recorriendo un barrio con historia propia, donde la tradición se mezcla con la rutina diaria de quienes viven allí.
La Iglesia de Santa Ana, la catedral de Triana
Al final de la calle Pureza llegamos a la Iglesia de Santa Ana, que se alza imponente pese a estar rodeada de casas bajas y callejuelas estrechas. Entrar fue como dar un salto al pasado. Fundada en 1280, es la iglesia más antigua de Sevilla que sigue en uso, y su estilo gótico-mudéjar se aprecia mejor en el interior que desde la fachada.
Al recorrerla, nos fijamos en los detalles de sus columnas, las bóvedas y los retablos, y nos sorprendió cómo la luz que entra por las ventanas resalta los colores de los azulejos y los frescos. Recordamos también que sufrió graves daños durante el terremoto de Lisboa de 1755 y que buena parte de la estructura tuvo que ser reconstruida, lo que explica la mezcla de estilos que observamos.
Durante siglos los vecinos acudían a Santa Ana para juramentos y compromisos. Al recorrerla, fue fácil imaginar a generaciones de trianeros entrando y saliendo, dejando allí su fe y sus costumbres, mientras el barrio seguía latiendo a su alrededor.
Al salir, nos quedamos un momento en la plaza que rodea la iglesia. Ver el barrio desde allí, con sus calles encaladas y la actividad cotidiana mezclándose con siglos de historia, dejó clara la razón por la que Triana conserva un carácter tan único dentro de Sevilla.
La Calle Betis. Paseando junto al río
Desde la Iglesia de Santa Ana nos dirigimos hacia el río y tomamos la Calle Betis, la más conocida de Triana junto al Guadalquivir. Mientras caminábamos, vimos la mezcla de edificios antiguos con restaurantes y bares modernos, todos con terrazas que ofrecen vistas directas al río y al centro de Sevilla.
Observamos algunos de los antiguos muelles del siglo XIX, testigos de la vida marinera del barrio. Nos detuvimos varias veces para mirar las fachadas con balcones de colores y azulejos, que todavía conservan el carácter típico de Triana. Entre tapas y risas de otros comensales, imaginamos cómo hace siglos pescadores y comerciantes cargaban y descargaban mercancías en estas mismas calles.

Al caer la tarde, nos sentamos en una de las terrazas. Pedimos pescaíto frito y unas raciones típicas sevillanas mientras el sol teñía de naranja el cielo y se encendían poco a poco las luces de la Giralda, la Torre del Oro y los puentes sobre el Guadalquivir.
Triana de leyenda. Flamenco, toreros y cerámica
Antes de terminar nuestro paseo decidimos recorrer algunos rincones que muestran la otra cara de Triana, la más ligada a la cultura y las tradiciones. Vimos pequeños tablaos y bares donde aún se canta flamenco de verdad, lejos de los espectáculos turísticos. En esos locales se siente el eco de siglos de cante jondo, que se ha transmitido de generación en generación y sigue formando parte del barrio.
Caminando por las calles, recordamos que Triana también fue cuna de grandes toreros, como Juan Belmonte, cuyos pasos dejaron huella en la historia de la tauromaquia. No nos gustan los toros pero sabemos la importancia de la tauromaquia en Sevilla y sus barrios.
No podíamos dejar de fijarnos en los talleres de cerámica que aún funcionan, muchos desde hace generaciones. Sus hornos y azulejos nos recordaron la importancia de este arte en Triana, presente no solo en el barrio, sino también en iglesias, palacios y plazas de toda Sevilla.
Fin de nuestro paseo. Vivir Triana más allá del turismo
Al terminar nuestro paseo, nos dimos cuenta de que Triana no es solo un barrio para recorrer o fotografiar. Cada calle, plaza y taller cuenta historias que se entrelazan con la vida cotidiana de sus vecinos. Los mercados, las tabernas, los talleres de cerámica y los tablaos de flamenco nos permitieron conectar con la esencia del barrio, algo que no se aprecia en una visita rápida ni en una guía convencional.
Recorrer Triana fue descubrir cómo la historia convive con la vida actual: el recuerdo del Castillo de San Jorge y la Inquisición junto a la vitalidad del mercado; la tradición de la Esperanza de Triana y el fervor de la Semana Santa junto a vecinos tomando tapas en la terraza; los antiguos muelles del río frente al bullicio de bares y restaurantes.
Al marcharnos, nos quedó claro que Triana es mucho más que sus monumentos o su fama flamenca. Es un barrio que deja la certeza de que la Sevilla más auténtica todavía se encuentra al otro lado del Guadalquivir.


