¿Quieres saber qué ver en Sepúlveda en 1 día? Acompáñanos en este recorrido por uno de los pueblos más bellos y con más historia de Castilla. Sepúlveda no es solo piedra y silencio, es un lugar donde el pasado se conserva en cada arco, cada iglesia románica y cada calle empedrada que nos invita a caminar despacio.
Situada a unos 62 km de Segovia y a poco más de una hora de Madrid, esta villa medieval nos recibe con su muralla, sus torreones y sus vistas al Parque Natural de las Hoces del Río Duratón, una de las joyas naturales de la provincia. Aquí convivieron cristianos, musulmanes y judíos, se firmaron fueros que marcaron la historia de Castilla y se levantaron templos que aún hoy nos dejan sin palabras.
En este artículo te contamos qué ver en Sepúlveda en un día, siguiendo el recorrido que hicimos nosotros la primera vez que lo visitamos. Y al final, te proponemos también algunas visitas por los alrededores, por si tienes coche y ganas de seguir explorando. Porque cerca de Sepúlveda hay lugares que merecen mucho la pena.
Qué ver en Sepúlveda en 1 día
Llegamos a Sepúlveda una mañana de otoño, con el cielo despejado y ese aire limpio que parece venir desde las hoces. Aparcamos en la parte alta del pueblo, donde empieza el casco histórico, y desde el primer paso sentimos que estábamos entrando en un lugar con siglos de historia bajo los pies. Era la primera vez que veníamos, y queríamos recorrerlo con calma, fijándonos en los detalles, en las piedras que cuentan cosas, en los rincones que no salen en los folletos.
Si estás planeando una escapada más larga, puedes consultar nuestra ruta de 3 días por la provincia de Segovia, donde incluimos Sepúlveda junto a otros lugares que merecen la pena descubrir.
Museo de los Fueros e Iglesia de los Santos Justo y Pastor. El origen de la libertad municipal
Aparcamos en la parte alta del pueblo, donde comienza el casco histórico, y lo primero que nos encontramos fue la Iglesia de los Santos Justo y Pastor, una construcción románica que hoy alberga el Museo de los Fueros. Entramos con curiosidad, sabiendo que aquí se guarda uno de los documentos más importantes de la historia de Castilla.
El Fuero de Sepúlveda, otorgado por el conde Fernán González en el siglo X, no fue solo un conjunto de normas locales. Fue un modelo de autogobierno que inspiró a otras villas castellanas durante la repoblación. Lo curioso es que este fuero fue tan avanzado para su época que incluso Alfonso VI lo confirmó tras la conquista de Toledo, y más tarde Alfonso VII lo extendió a otras ciudades como Cuenca y Teruel. En él se regulaban desde los impuestos hasta el derecho de asilo, y se reconocía a los vecinos como hombres libres, algo excepcional en plena Edad Media.
Recorrimos las salas del museo, viendo maquetas, documentos y paneles que explican cómo Sepúlveda se convirtió en un referente jurídico y político. Desde aquí, ya empezamos a entender que este pueblo fue clave en la construcción de Castilla.
Al salir, nos detuvimos un momento frente a la portada románica de la iglesia, con sus capiteles sencillos pero elegantes. El silencio del entorno y la piedra antigua nos preparan para seguir caminando hacia el corazón de la villa.
Hasta la Plaza Mayor de Sepúvelda
Desde el Museo de los Fueros seguimos caminando por las calles estrechas del casco histórico, que nos iban envolviendo poco a poco. El siguiente edificio que nos llamó la atención fue la Casa de los Proaño, con su fachada plateresca que destaca entre la arquitectura tradicional de la villa. Nos detuvimos un momento para observar detalles como escudos, molduras, balcones de hierro forjado. Esta casa perteneció a una familia noble vinculada a la administración local, y su estilo renacentista contrasta con el predominio románico del resto del pueblo.
Unos pasos más adelante cruzamos la Puerta del Azogue, también conocida como el Arco del Ecce Homo. Esta era una de las antiguas entradas a la villa, y aún conserva su carácter defensivo. El nombre “Azogue” viene del árabe as-suq, que significa mercado, y nos recordó que esta zona era el centro comercial de Sepúlveda en época medieval. El arco, con su imagen del Ecce Homo en lo alto, nos pareció una mezcla perfecta entre lo funcional y lo simbólico: protección y fe en una sola estructura.

Al cruzarlo, llegamos a la Plaza Mayor, el corazón de la villa y lo mejor que ver en Sepúlveda en un día. Nos encontramos con una plaza porticada, de esas que parecen pensadas para reunir a todo el pueblo. Aquí se celebraban ferias, mercados, juicios públicos y hasta corridas de toros. Lo que más nos impresionó fueron los tres torreones que aún se conservan, restos de la muralla árabe del siglo X. Bajo ellos se encuentra el famoso Reloj de la Plaza, que marca el ritmo de la vida local desde hace más de un siglo. Antiguamente, cuando el reloj sonaba, los vecinos sabían si era hora de abrir el mercado, cerrar las puertas de la villa o acudir a misa.
Nos sentamos un rato en uno de los bancos de la plaza, viendo cómo el sol iluminaba las fachadas de piedra y cómo los niños jugaban entre columnas centenarias. Era fácil imaginar cómo había sido la vida aquí hace siglos, cuando Sepúlveda era una villa estratégica en la frontera entre cristianos y musulmanes.
De la Iglesia de San Bartolomé a los Arcos de la Judería
Al final de la Plaza Mayor tomamos una pequeña escalinata que nos llevó hasta la Iglesia de San Bartolomé, una construcción románica del siglo XII que nos sorprendió por su sobriedad y por las capillas barrocas que se añadieron siglos después. El pórtico de entrada, con sus arquivoltas sencillas, nos recordó que en Sepúlveda el románico no es decorativo, sino funcional, austero, casi monástico.
Volvimos sobre nuestros pasos y nos dirigimos hacia la Calle de los Fueros, una de las más interesantes del casco histórico. Desde allí se obtenían algunas de las mejores vistas de la villa y del entorno natural que la rodea. Caminamos despacio, observando los edificios de piedra, los balcones de madera y los pequeños detalles que hablaban de siglos de vida cotidiana.
En esta calle se encuentra la antigua Cárcel de la Villa, hoy reconvertida en Oficina de Turismo. El edificio, construido en el siglo XVI, funcionó como prisión hasta bien entrado el siglo XX. Nos contaron que aquí se encerraban desde ladrones hasta disidentes políticos, y que las celdas aún conservaban inscripciones en las paredes, hechas por los propios presos. Nos pareció curioso que un lugar tan oscuro en su origen se haya transformado en punto de bienvenida para los visitantes.

Justo al lado estaba la Casa del Parque, donde hicimos una breve parada para conocer más sobre el Parque Natural de las Hoces del Río Duratón. Paneles informativos, maquetas y fotografías nos ayudaron a entender la riqueza ecológica de la zona, y nos sirvieron de anticipo para la excursión que haríamos después.
Antes de abandonar el casco histórico, nos acercamos a los Arcos de la Judería, tres arcos de piedra que marcaban el acceso al antiguo barrio judío de Sepúlveda. Aunque hoy queda poco de aquella comunidad, estos restos nos recordaron que aquí vivieron familias hebreas durante siglos, hasta su expulsión en 1492. Sepúlveda, como tantas otras villas castellanas, fue un cruce de culturas, y ese legado aún se percibe en la estructura urbana y en algunos nombres de calles.
La Iglesia del Salvador y la Iglesia de Nuestra Señora de la Peña
Desde la Calle de los Fueros nos desviamos unos metros para visitar la Iglesia del Salvador, una de las más antiguas que visitar en Sepúlveda. Construida en el siglo XI, esta iglesia es uno de los mejores ejemplos del románico castellano. Nos llamó la atención su sobriedad, la armonía de sus proporciones y el hecho de que fue levantada en una época en la que la villa aún estaba en plena frontera entre los reinos cristiano y musulmán. De hecho, se cree que fue construida sobre una antigua mezquita, como símbolo del dominio cristiano tras la repoblación.
Desde allí, seguimos caminando por una calle larga y tranquila, flanqueada por casas de piedra, hasta llegar a otra joya románica: la Iglesia de Nuestra Señora de la Peña. Su ubicación, al borde del precipicio, ya nos anunciaba que estábamos ante un lugar especial. El pórtico de entrada nos sorprendió por su riqueza iconográfica: en él se representa la Visión del Apocalipsis, con escenas del Juicio Final, ángeles, demonios y santos, todo tallado con una expresividad que no esperábamos encontrar en un pueblo tan pequeño.

La torre, robusta y elegante, se alza sobre el valle como si vigilara el curso del río. En su interior se conserva la imagen de la Virgen de la Peña, patrona de Sepúlveda, a la que se atribuyen varios milagros. Uno de ellos cuenta que, durante una gran tormenta, los vecinos subieron hasta la iglesia para pedir protección, y al poco tiempo el cielo se despejó. Desde entonces, cada año se celebra una romería en su honor.
Justo detrás de la iglesia se encuentra el Mirador de la Virgen de la Peña, desde donde se obtienen las primeras vistas de las Hoces del Río Duratón. Nos quedamos un buen rato allí, contemplando el paisaje, el río serpenteando entre paredes de roca, los buitres planeando en círculos, el silencio roto solo por el viento. Ahí fue donde decidimos, aunque no lo teníamos previsto, ir hasta las Hoces para conocerlas.
Otros lugares que ver cerca de Sepúlveda
Las Hoces del Río Duratón
No puedes visitar Sepúlveda sin disfrutar también de las Hoces del Río Duratón, de las que ya habrás podido disfrutar en la Casa del Parque de Sepúlveda y también desde el Mirador de la Virgen de la Peña. Pero ahora toca disfrutar de ellas en primera persona.
Después de recorrer el casco histórico de Sepúlveda, cogimos el coche y nos dirigimos hacia uno de los lugares más espectaculares de la comarca: el Parque Natural de las Hoces del Río Duratón. Ya habíamos visto parte del paisaje desde el mirador de la Virgen de la Peña, pero queríamos acercarnos más, caminar entre las rocas y sentir el silencio del cañón.

Tomamos el camino de tierra que lleva hasta el aparcamiento de la Ermita de San Frutos, y desde allí iniciamos el paseo. El sendero era sencillo, apenas unos quince minutos, y a medida que avanzábamos, el paisaje se volvía más impresionante. El río serpenteaba entre paredes verticales de piedra caliza, y sobre nuestras cabezas planeaban buitres leonados, que tienen aquí una de las colonias más grandes de Europa.
La Ermita de San Frutos, construida sobre un meandro del río, parecía suspendida entre cielo y roca. San Frutos fue un ermitaño visigodo que se retiró aquí en el siglo VII, buscando paz y aislamiento. La leyenda cuenta que, cuando los musulmanes intentaron capturarle, el terreno se abrió milagrosamente formando el cañón, impidiendo su paso. Aún hoy, junto a la ermita, se conserva la piedra partida, símbolo de ese milagro.
Aunque nosotros solo hicimos esta ruta, hay muchas más opciones para conocer el parque. Desde Sepúlveda parten senderos como la Senda de los Dos Ríos o la Senda de la Glorieta, ideales para ir con niños. Y para los más aventureros, existe la Senda Larga, que une el Puente de Talcano con el de Villaseca, en un recorrido de unos 23 kilómetros ida y vuelta.
La Iglesia de Nuestra Señora de la Asunción de Duratón
No muy lejos se encuentra la localidad de Duratón, una pequeña localidad situada a unos siete kilómetros de Sepúlveda. El pueblo apenas tiene una treintena de habitantes, pero guarda uno de los tesoros románicos más sorprendentes de la comarca. No lo visitamos en este viaje pero sí en otros que hemos hecho cerca de Sepúlveda.
La Iglesia de Nuestra Señora de la Asunción, construida en 1203, nos recibió con su imponente pórtico porticado, uno de los mejores de toda España. Nos detuvimos largo rato observando sus diez arcos de medio punto y las dos puertas de acceso, decoradas con capiteles que representan escenas de la Natividad, animales fantásticos y motivos vegetales.
Junto a la iglesia se encuentra uno de los yacimientos arqueológicos más importantes de la zona, la Necrópolis Visigótica y el Yacimiento Romano de Los Mercados, que formaban parte de la antigua ciudad de Confluenta. Este enclave fue un núcleo importante en época romana, y más tarde en la Alta Edad Media. Nos contaron que se han encontrado tumbas, cerámicas, monedas y restos de edificaciones que demuestran la continuidad de la vida en este lugar durante más de mil años.
Aunque el pueblo es pequeño y tranquilo, la sensación que tuvimos fue la de estar pisando un lugar con una historia profunda, casi olvidada, pero aún presente en cada piedra. Duratón fue una de esas paradas que no esperábamos que nos impresionara tanto, y que terminó siendo uno de los momentos más especiales del día.
La Cueva de los Enebralejos de Prádena
Para terminar nuestra ruta por los alrededores de Sepúlveda, nos dirigimos en coche hasta Prádena, un pueblo rodeado de sabinares y montes suaves, donde se encuentra uno de los yacimientos más sorprendentes de la provincia de Segovia, la Cueva de los Enebralejos.
La entrada a la cueva está bien señalizada, y la visita comienza con una breve explicación sobre su descubrimiento y su importancia arqueológica. Descendimos por un pasillo excavado en la roca y pronto nos encontramos rodeados de estalactitas y estalagmitas, formaciones que han tardado miles de años en crecer y que crean un paisaje subterráneo casi mágico.
Pero lo que realmente nos impresionó fue saber que esta cueva fue utilizada como necrópolis hace unos 4.500 años, durante la Edad del Bronce. En sus paredes aún se conservan pinturas y grabados rupestres, realizados por los primeros habitantes de la zona. Nos explicaron que aquí se enterraban a los muertos junto a objetos personales, y que los rituales funerarios incluían ofrendas y ceremonias que conectaban a los vivos con el mundo espiritual.
Al salir de la cueva, la visita se completa con la recreación de un poblado prehistórico, donde pudimos ver cómo vivían aquellos grupos humanos: sus chozas, sus herramientas, sus formas de cocinar y de trabajar el metal. Fue una experiencia muy didáctica, especialmente si se visita con niños, pero también muy reveladora para entender que la historia de esta comarca no empieza en la Edad Media, sino mucho antes.
Un día en Sepúlveda que nos llevó mucho más lejos de lo esperado
Después de recorrer Sepúlveda y sus alrededores, nos fuimos con la sensación de haber descubierto mucho más que un pueblo bonito. En un solo día habíamos caminado por calles que conservan el trazado medieval, visitado iglesias que siguen en pie desde hace casi mil años, y contemplado paisajes que parecen sacados de otro tiempo. Pero también habíamos aprendido sobre fueros, sobre convivencia entre culturas, sobre leyendas que aún se cuentan en voz baja.
Y aunque el tiempo fue justo, nos quedó claro que Sepúlveda en un día ofrece una experiencia completa, especialmente si se combina con alguna excursión por la comarca. Porque lo que hay que ver cerca de Sepúlveda no son simples añadidos, sino parte esencial de su identidad.
Si estás pensando en hacer una escapada desde Segovia o Madrid, Sepúlveda es una opción perfecta. Y si ya has estado, quizá sea momento de volver, esta vez con otros ojos, con más calma, y con ganas de seguir descubriendo lo que aún no se ve a simple vista. También te recomendamos acercarte a Pedraza, otro pueblo medieval amurallado que conserva una atmósfera única y que está a menos de media hora en coche. Puedes leer nuestra experiencia completa en el artículo sobre qué ver en Pedraza.
Puedes encontrar más información en la página oficial de turismo de Sepúlveda.



